Monday, April 30, 2012

Wednesday, April 25, 2012

La raza de los hombres tristes

La humanidad no refleja, proyecta…  y en ese trance indeciso donde nos desmoronamos sin cauce, donde dejamos de ser lo que nunca fuimos, es donde se hallan los hombres tristes. Los que se acurrucan silentes en el último asiento a ver pasar sigiloso el desfile deshecho de almas en tránsito, los que buscan el desencuentro que los redima en la sazón de una amargura repentina. Son los que se acuestan espantados de saber que van a volver a lo mismo, y aprietan la colilla del cigarrillo lo más fuerte que pueden, esperando no despertarse algún día; y sueñan con las mejillas frías, viendo la brisa sin color de la pelusa repentina.

Los hombres tristes que arañan el fondo del monedero, se parecen a los que miran llegar el salario desde un vidrio sin mover un solo dedo, y su diferencia es sólo en tipo de desgracia, mas no en comunión. Y si recurren al porro, o al nada sugestivo arte de embriagarse; darán cuenta que el ave siempre parte desde el pavimento, aunque es bueno despegarse del asfalto para saber que aún hay desvío, más que es imposible decantarse del camino.

Son los que se peinan por si les vuelve la mirada la mujer esquiva, y escapan del zarpazo, pues no hay mayor elegancia que la del trabarse en uno mismo, y saberse siempre lejos de la cola en que se proyecta el mensaje del estúpido servicio. Son los que lloran de repente, porque el tibio descenso de la arcada de un arpegio, les regaña la saliva tragada, y se consumen de vergüenza de sufrir solo del absoluto vacío.

Pero que no se diga que la vista de las uñas largas en las sábanas frías, es labor de sibilino, porque hay que saber gritar en silencio a ese accidente que te aplasta, rumiando a cuclillas bajo los puentes con las nalgas heladas, para saberse menos (aunque sea un poco menos) parte de esta vulva piojosa, que anda sin motivo, sudando un coito repetido que orgasmea con las compras y las cenas a la luz de las iridiscentes ventanas; justo allí donde en madrugada se pasea, la negra agridulce con su ojete maltrecho, y el cojo podrido que muerde las avenidas con enferma dulzura.

Los hombres tristes no actúan, asimilan el golpe. Y se frotan las palmas llegando a casa, recorriendo la miseria con la vista y degollando su sexo en las mañanas, por si la vida no llega a tener más remedio que esa muerte falsa. Y aman, amamos; con poca voluntad, pero con esa voluntad que reza al terciopelo por una virgen para adorarla, besando sombras a hurtadillas en la esquina pálida de la soledad recostada. Y compran del bullicio un poema plagiado, y lo entierran en la memoria hasta llevarlo al reto descubierto del papel doblado en el tomo ajado de los versos del poeta olvidado. Y cuando su lectura se agranda, en la álgida y azulina madrugada, y el relicario necesario de los amigos ha crecido tanto, que se estrechan en el valle de los envases y los contratos, sufren hasta el olvido de lo importante, pues la gravedad siempre ha triunfado.

Los hombres tristes resisten, pero caen en las trampas, y quieren acabar en las trampas, porque son de madera, sorda y vegetal (SIC., ¡si, y a mucho orgullo!) porque el culo se les pega al gélido asiento del baño, cuando se cagan de todo lo sufrido, y burlado; y cuando saben que al cagar, se es el hombre menos triste y más inútil del mundo… porque el sueño se ha atorado, y se va en ese papel delicadamente doblado.

Saturday, April 07, 2012

Monday, April 02, 2012

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"... su drama fue que cuando por fin aprendió que la libertad no es un derecho de nacimiento, sino que se trata, por el contrario, de una mercancía que, como todo en este mundo tan imperfecto, se adquiere al precio de la servidumbre personal y de la humillación, ya era demasiado tarde. No disponemos de libertad para ser plenamente nosotros mismos si no la compramos antes con sumisión y muchas concesiones dolorosas, si no hemos luchado denodadamente para alcanzar las cimas donde el aire es respirable."

Enid Starkie, en Arthur Rimbaud - Una Biografía