Que se conozcan las frutas…
Todas las que decepcionan;
Porque allí abajo está mi semilla para decir que nada
crece,
Mi cana fosforescente que no brilla (maquilla)
Y que lastima hasta a la lágrima.
Sé que no hay vuelta ni se darán las revueltas
Esas necesarias yemas mal fritas que se rebalsan…
En tus comisuras, en tus uñas rancias
Y tus gemelos brillantes y fríos bajo el hedor.
Que se oculten los libros que pertenecen a los rincones,
A las lecturas en penumbra que denuncian
Lo anticuada que es la tecnología de las retinas
Que se queman sólo por seguir y seguir leyendo,
sufriendo, riendo.
Que se respeten, digo, formalmente…
Las miserias tendidas, los jazmines azules,
Y los módicos rituales de la danza y el sosiego;
A fin de cuentas, siempre se ha amado con voluntad de
arder sin presencia
En los pasados transparentes, del perfume de tu recuerdo.
Cuerda tensa que suaviza mis condolencias…
¡Y esa palmada al hombro tan chata!
Que pretende pero no se preocupa.
No se preocupa de cargar al muerto por todas partes
En los pasadizos, en tus pasadores, en el helado disuelto
por la encía podrida.
Yo llevo esos dolores como fragancias pálidas
Yo estoy cagando y ellos son cubetas rellenas de sueños
sin colcha,
Rumor entre licores, cuchicheo de ruleros viejos.
Porque ahora todos son buenos…
¿Como mi cáustico babeo de puño al suelo?
O acaso no he matado también quedándome mirando el
umbral…
Allí de lejos decidiendo lo que no se hace
Entre luces cadmias, luces bocas, luces niñas.
Hay amor, lo sé…
Pero se escribe con arena sin playa,
Con luna extraña y pulso de morgue sin colorete.
Ese lobo está debajo de la muerte aciaga, acechando…
Quizá quiera peinarnos con sus sabias babas
Volviendo al templo de la mama
Al lecho, al licor de seno.