Edmer Montes; es sobre todo... artista. Se expresa en vehículos tan distantes como la madera y el óleo;
recurriendo a personajes que sólo habitan en su mente y sus manos, y aún así, se da maña
para ser humano, cosa, padre, en fin… He tenido el privilegio de recorrer sus
adentros, su taller, sus brazos partidos, su dedo cortado, su ventana rota; y
de tratar de sentir lo que plasman sus dibujos, pinturas y esculturas. No es
extraño ver en su universo a Poe por todas partes (cuervos, niñas, lobos,
colores densos) y hasta cierta fascinación por el Cronemberg más retorcido (fetos,
máscaras de gas, labios cocidos); pero aún así su trazo siempre conlleva a los
trazos sobre trazos, al recuento de líneas que dan forma a su desordenado
bullicio; del cual he sido testigo, en más de un vuelo compartido, y a su
refugio infante que se siente perturbado por el crecer y la desilusión de lo
impuro.
Montes, ha publicado su
plaqueta “Cría Cuervos” y se aventura, como intruso, con la prosa revestida de su pálpito y obsesión por el alado enfermo
de las aves. Y allí discurre con pericia en el terreno del cual ya sabemos de
sobra sus dotes. Me toca aquí entonces, ocuparme de su tímido esfuerzo de
aparecer detrás del umbral, para darse maña con la destrucción de las palabras
en el albo reto.
Montes, se escurre en las
sentencias a modo de susurros, a modo de aprendizaje, de lección aturdida y
enferma. “Atrapa
a tu corazón y recíclalo otra vez, coge tu alma y échala a andar”. Parece
hablarle a su progenie o a la muerte de su yo más fiero “Recuerda el lodo,
de tus actos el veneno. Recuerda tu narcosis, el sudor frío antes del grito”.
Anda dubitativo en campo minado. Debe ser esa sensación de adentrarse en mundos
conocidos pero nuevos, con miedo, con ceguera, con esencia pero sin vena.
Montes cría cuervos, pero no deja que sus palabras le arranquen los ojos. Quizá
su mejor instante esté en esa mancha de la cama de los padres, bajo el gemido
animal, en esas mentiras sobre el amor y los orgasmos fingidos. Recuerda al día
tan rico del año pasado del cholo, aunque aquí sugiere al himen muerto bajo la falda escolar. Se admite imperdonable, pero ya se está juzgando, sermonea sobre
el crecer, pero peca tímidamente. Quizá es esto de querer quemarse pero irse
consumiendo lentamente… quizás.