Comencé a pelar tu fruta como
quien prueba temeroso un sabor nuevo. Dudoso de su contenido, su textura, sus
sabores y sus cauces. Y ahora he venido hasta tu lar, para ver tu tierra
fértil, para oler tu misma grama, para encontrar tu paleta de color.
En esta media noche
con rejas de aire
se agitan las manos
Donde estará la
puerta? Dónde estará la puerta?
y siempre nos damos de bruces
Con los espejos de la vida
Con los espejos de la muerte
Es tarde y el frío arrecia,
carcomiendo pantorrillas y volviendo amantes a las manos y los bolsillos.
Recorro errante tus cuadrículas y ya entiendo tus hachazos de tiempo y tus ojos
que eran niños.
Pero hoy que mis ojos visten pantalones largos
veo a la calle que está mendiga de pasos.
No hay reclames ni una luna de
compras, sino un tugurio de comercios, una pista estrechada y un silencio
gélido. Pregunto a todos por tu calle, por tu nombre, por tus metros, y
pareciera que fuera un fiscal de camposanto, un sabueso de lo ignoto, o hasta
un orate de remate. Siento pena.
qué pena
la lluvia cae desigual como tu nombre
Estoy buscando ese film de los
paisajes, quiero tocar tu timbre, quiero abrazar el destello de tu genio y como
tú, me pregunto ¿quién habrá quedado? Cómo puedes prohibirme estar triste?
Ya son 110 años de tu
nacimiento, y tu casa está hecha nada. Escrito un 431 con tiza y con desdén. La
cubren unas hojas marchitas, un medidor de luz oxidado y un timbre improvisado
que se proyecta ante la luz mortecina del pálido poste que la alumbra. He
preguntado a casi 30 personas de ti, y nadie te supo. Este es tu último
caligrama, y vivo tu ajena Bolivia, tus ideas impertérritas y el olvido de
nuestra tierra. Tus destierros pasaron inimaginables, y a tus escasos 30 un
bacilo te privó de mayor metraje. Como diría Alberto Tauro, eras el nimbo
trashumante de apariciones y ausencias.
Si pues, los bombazos se
llevaron tu tumba, y el tiempo ha hecho que ésta, tu casa, que casualmente
tiene 5 metros de frontis, sea el más terrible poema del adagio vivido. Yo
persigo tu fulgor, el país, sencillamente te tiene en el decorativo olvido.