Cruzó la avenida Pardo, y se
internó por las calles que iban al malecón. Al llegar a una esquina vio un
camión que avanzaba con los faros apagados. El camión frenó bruscamente y de él
descendieron varios policías. “Sus papeles”. Ludo preguntó a qué papeles se
referían. “Sus papeles de identidad”. Ludo palpó sus bolsillos tratando de
encontrar algún carnet, pero como la búsqueda se prolongaba los policías lo cogieron
de la cintura, lo levantaron en vilo y lo lanzaron a la caja del camión. “A la
canasta”, dijo alguien y el camión arrancó.
Esa noche comprendió Ludo la
utilidad de los papeles. Todo el mundo debería tener algunos, que sancionaran
su condición humana. De nada valía andar en dos pies, tener un nombre, pensar,
hacer un uso inteligente de la palabra, si se carecía de un carnet con un sello
y una fotografía. La omisión de este requisito instauraba el desorden y el
desorden debería ser castigado.
El camión estaba en su totalidad
lleno de obreros en mangas de camisa, de borrachines sorprendidos rumbo a una jarana
o de vagos profesionales. Antes de llegar a la comisaría el lote se incrementó
con dos negros que orinaban contra un muro. Ludo ni siquiera protesto,
resignado ya a su condición numeral. Cuando el grupo descendió en la comisaría,
otro camión había depositado ya su carga y un equipo de policías los iban
haciendo entrar, contándolos como a ganado.
Ludo se recostó contra la pared
del patio y comenzó a dormitar esperando que lo llamaran. Su consciencia se
disolvía en un cansancio crepuscular. Alguien repetía con insistencia la
palabra revolución. Cada cierto tiempo un policía entraba y sacaba a uno de los
detenidos para llevarlo seguramente hacia un interrogatorio. Por la posición en
la cual Ludo se encontraba debería ser el último en ser interrogado, pero
cuando el policía regresó para llamar al siguiente lo distinguió al fondo, con
camisa y corbata, raro hallazgo en medio de ese ramillete de cuellos desnudos: “¿Universitario?”.
Ludo dijo que sí. De inmediato lo hizo pasar a la oficina del comisario.
“Cojudo, ¿cómo te has dejado
agarrar? Esto es sólo para los cholitos”. Ludo quedó perplejo: el comisario era
Federico Cánepa. No solo exalumno del colegio Mariano sino parroquiano del
billar de Surquillo. Luego le explicó que el general Vivar se había sublevado
en Iquitos esa noche y que estaban en estado de sitio. “Regresaba de la casa de
mi querida”, respondió Ludo. Cánepa pareció entregarle en ese momento un enorme
respeto. “Que no pase nadie”, ordenó a su ayudante y sacó una botella de pisco
de su escritorio. “Tú sabes”, dijo, “lo primero en estos casos es el toque de
queda. Nadie puede andar después de media noche sin documentos y sin justificar
su destino. Comprendo que es una cojudez, pero es la costumbre”. Ludo dijo que él
nunca llevaba papeles, que a lo mejor hasta los había perdido. “Todos los detenidos son unos jaranistas
retardados –añadió-. Si un general se ha sublevado lo mejor es ir al Club
Nacional y sacar del cogote a todos sus socios”. Cánepa convino en que era cierto.
“Pero hay que guardar las apariencias”, agregó, “con tres galones como yo no se
puede tener aún una opinión”. Después de hacer un brindis llamó a su ordenanza:
“Que el camión de Chávez salga a hacer otra ronda. Y dejen al doctor Tótem en
su domicilio”.
Extracto de "Los geniecillos dominicales" (1965)
Julio Ramón Ribeyro (1929-1994)
P.D.: Protestemos contra esa cojudez de la ley del servicio militar obligatorio que quiere imponer el cachaco de palacio. Que ya sabemos quienes son los que se van a quemar en el VRAE y los que tomarán su Coca Cola después de pagar sus S/. 1850.00 sin chistar.
1 comment:
Póngale Ray Bam, bigote tupido y cara de jalar el gatillo sin asco .. Mierda!! parece Gustavo Bueno en la Boca del Lobo .. y el profesor ???
Tiene razón man .. esa urna ya tiene los números ganadores .. Cómo dijo el F(tan sentido él): "Que se se vaya a la conche a la conche su mare ... ".
PD.- se requiere canje .. ud dirá!
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