Rafo Ráez se asienta solitario
ante el eco de unos cuantos asistentes distraídos. Se resume en una sonrisa
soslayada y toca como si fuera la última vez; entregado, divorciado de la
angustia de sus creaciones antiguas (léase “vergüenza de existir” o “vive
intensamente”) y afirma con razón y propiedad, que es un mejor guitarrista, desnudando
la belleza de su Gretsch y acoplando sobre una afinación de sexta baja, los
acordes de “ritual de los hijos”, aquella mención sucedánea entre una
composición renacentista, y un romanticismo ayacuchano que se deshoja a medida
que se desarrolla como un lento desnudo los más de 8 minutos de hipnotismo y
ritual. Porque “Huacas”, el nuevo disco de Ráez es, más que un cúmulo de
canciones, la historia de un ritual, que otorga ofrendas a la vida, a la
tierra, y al derecho de saberse ahora… agradecido.
Siento - y esto es pura
presunción- que Rafo se encontró con este disco en medio de otro disco (allí
donde espero recaigan "María Ramos" y otras inéditas) y cabe ser razonable ese
bifurque, si en medio de un proceso te hallas ante este mágico proyecto llamado "Huacas, Burbujas y Rock and Roll". Quienes hayan presenciado la puesta en escena
de esta belleza, sabrán a qué me refiero, con el dejarse llevar por este
retorno a la infancia y canto a la vida que ha sido esta temporada. Observar
las acrobacias de Dirck Pajares (¡enorme descubrimiento!) con su carisma
encendida a flor de piel, te turba hasta la médula de añoranza. Presenciar su
capacidad para hacerse uno sólo con las ramas, y al sentido de lo que exprese
el viento, demostrar que no se está tan lejos de afirmarse en la tierra, es una
auténtica delicia. Pero si hay algo que resaltar por sobre todo este combo de
música y escena, es el ritual de las burbujas. Jamás, había presenciado, el
poder que un cúmulo acuoso echado al viento por azar, puede generar en las
personas. Observar burbujas de todos los tamaños y formas, desde las pequeñas
hasta las gigantescas, es una experiencia que nadie debería negarse. Intuyo que
Rafo ve en sus hijos esta azarosa danza multicolor que se despide entre los
dedos de niños impacientes o entre el cielo mandarina que fallecía (los
espectáculos estuvieron pensados para ver morir la tarde) como anunciando el
fin de la fantasía.
Es preciso hablar de lo que ha
sido este espectáculo para entender el discurrir de esta ofrenda que Rafo nos
entrega sin mayor pretensión, y hay que resaltar las virtudes de Carlos de Paz
en las percusiones (sobre todo en "Persecución y llegada a Pachacamaq") y Amadeo
Gaviria en la producción; para ser justos con tamaño esfuerzo. Pero si hay que
hablar de las auténticas canciones en este disco, debemos señalar que el
progreso como instrumentista que Rafo no se cansa de repetir e irrogar en sus
últimas entrevistas, se luce en los dos cortes más bellos del disco, que son “Ritual
de las ramas” y “Pariwanas”. Cada uno; sensual, serrano a su manera,
psicodélicos en la simpleza de las guitarras acústicas y las percusiones
mínimas. Se siente un círculo cerrado en esa búsqueda incesante de siempre
querer encontrar un sonido nuevo (desde “Campo minado de corazones, hasta “King
Kong palace”). Por supuesto, hay herencias de Obsequio (el otro ejemplo más
minimalista de Ráez) en “Ritual del mar” (una variación de Karma) y una
oportunidad desperdiciada de producir mejor un tema rico como Spondyllus; y
hasta un guiño para almorzar en restaurant de Gastón Acurio con “Minifalda
Andina”. Empero, el disco surca como sin quererlo, en un afán por dibujar
nuestra herencia y futuro, en un constante intercambio de ideas de esta aldea
que nos hemos vuelto.
No es para menos el orgullo del
cantautor con este nuevo hijo, indudablemente por debajo de Camisa, pero bien erigido
entre sus ya 9 placas. Un triunfo a la persistencia y consecuencia, lo que más
extraño resulta todavía.
1 comment:
Las gracias por la lata a contramano, hermano mio. En el muro está. Salud! Hay
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