César Ávalos siempre desaparece.
Huye como en costumbre de fuga que todos asumen como uno de sus tantos
vaivenes, con la certeza de que aparecerá. En esa ruta efímera y azarosa. Sé de
su lograda poética expresa en Ningún lugar dentro (2007)
y de salpicadas apariciones en formatos ajenos. En aquella placa Ávalos
descifraba parajes sin lugar y personajes sin rostro; esbozaba descripciones
como en antojadizo diseño borroso y sentenciaba con elegancia criminal ante los
avatares de lo cotidiano, con un lenguaje sobrio, a veces hermético y otras,
más denso. Allí escudriñaba con prosa fresca y repentina, su temática
neblinosa: la muerte, los días, el alcohol, el deseo, lo idiota, el devenir,
sus líneas (y las otras) y hasta su eros. Todo en suministro exacto, casi, casi
como retaceando sus féretros, departiendo sus adentros.
Hoy ofrece su esfuerzo más
minúsculo, por depurar los escasos bríos tan bien administrados en el anterior
compendio y retrata desaforado calles con nombre propio, nombres de personajes,
letras completas de sus referencias musicales, y exuda sin mayor reparo sus tan
queridos disfuerzos del lenguaje con
extranjeros disfraces. Ha vuelto su lenguaje más particular y enteramente suyo,
se aprisiona en sus lugares comunes sin mayor resquicio de querer salir y
expira sus sentencias anodinas: “voy por buen camino, algo muy
interno y muy animal me lo dice”; recorre inventarios de bebidas,
revuelve sus miedos y los llama como invenciones lingüísticas (triszza),
estira las palabras antojadizamente y divide el sonido de las mismas (sol-edad)
construyendo nuevos entendimientos; pero lo que pudo ser mérito se diluye al
punto de que el mismo autor se pregunta: “¿Es este diario acaso una
especie de literatura apática y aplastante?” y casi dándose cuenta
suena: “Este
texto ya me parece conocido. Me estaré repitiendo”.
Entonces, allí donde el barco
suena ebrio e intoxicado (nuevo inventario de pastillas y sucedáneos), se
suceden imágenes hastiadas, cansinas: “El color marrón de las ventanas
ha devenido en una especie de blancura cruel” que se pierden como el
poeta parece anda perdido entre el gentío. Pues si hay mérito entre los buenos
momentos de la rosa más helada del jardín y exudo
menta y almizcle, se desvanecen entre citas que no suman (exagerado
el colocar alone
again en su integridad) y juegos que son divertimento del escriba, y
no más.
Yo sé que el diario aparece
minúsculo por voluntad del autor, pero el esfuerzo por hacerlo aparecer
deslucido lo contengo casi como un recurso para un nuevo invento, casi como
cuando sentencia el sueño, la rendición, ese pálido último momento. Yo lo
espero con sus mismas palabras: una escena por construir para
luego destruir.
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