Monday, September 26, 2016

Maires

Cada ciudad se pega al vidrio para reconocer su insanía.
Los enmarañados recovecos de sus caminos,
las costumbres de patria que niegan
y un tirón ridículo de frases atolladas en los andenes del redor.
Si avanzas por corrientes encuentras lo domesticado
y si te paras un 3 de febrero te diluye su ficción,
tan efímera como sus habitantes de pulcro izquierdismo.
¿y si les quitamos lo que tienen?
¿habrían de ser tan importantes los reclamos al viento
o al oropel hipnótico de su llave digital?
Mi cuerpo no espera una factura para detenerse
mi guitarra se atolla entre las veredas prístinas
y no canta de lo limpio, no canta de lo aparente
sino del espasmo, de la victoria de lo menos subjunto
y de la oralidad de la mudez que tanto desconcierta.
Ah, pero si gritara que viva mi largo etcétera
no sería interpelado... ¿y por qué tan callado siempre?
El viento siempre ha sido un símbolo de pureza
y aquí desenfunda un grito desesperado por negar lo evidente
y se te cuela por las suelas húmedas que se agotan
(es que todos abandonan su mecánica)
de tanto verterse solitarias entre el cadalso
y dejar para algunos féretros vivos el paso de hotelucho
con aroma de siglo XXI.
Solo, en el umbral de un obelisco
tienes las arcadas del acomodo, de los llantos de los muertos
y la pantalla en resolución de ministerio de la verdad,
y un buen desayuno en medio del cartel de la fuerza de lo ignoto.
Ando en otras corrientes
déjenme arrastrar mis navíos
la sal del navegante, nunca falta.

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