y el mayor desengaño te engaña con la sutileza del ámbar que te detiene sin haber empezado y allí se cuecen los dejares tan propios que tensan las sogas en las columnas firmes
y en el puerto invisible que refleja las derrotas se amontonan los gritos atollados y empieza un sueño desvariado que rebalsa el retrete y vierte sus islotes pintando el palacete donde habita el espasmo y derruyendo cada rastro de organismo encadenado por destilados paradigmas que encubren el espectro de millones solapados que se escurren en las mismas artimañas de los discursos adornados de intenciones que se chantan en peroratas más que inmundas
y allí va el huayco de heces dándole prístina vigencia al buen clamor de fantasmas agolpados que se empeñan en tirar de la cadena por el sueño de ese incendio que haga buenas ilusiones en cenizas desparramadas que aspiran unos buitres universales que nos yantan de hartazgo y gula y pericia en autopsias de tumores malsanos
y la ilusión primera de la buena mierda que adereza un poco la decencia se empacha y vuelven los torreones los islotes los burdos monumentos al respiro y al voto y se entrecruzan los negocios con las palmas y los bien empinados codos y los discursos y todo de nuevo y por eso el puerto luce vacío y casi transparente me cuajo de pronto empuñando mi nada a mirar el reflejo y lo que veo es una trampa que flota ensangrentada que acoge un roedor inerme de expresión aguda y pienso que el que debería andar en esa trampa es otro son otros somos todos somos nadie y me aviento en pos de rescatar el injusto deceso de ese mar amplio para muchos y enjuto para todos y me sumerjo para ver lo que hubo tras el huayco y veo un mueble una lámpara y una mesita coqueta donde me acomodo y dejo entrar el agua sucia por mis canales atrofiados y brindo en nombre del tiempo en nombre del charco en nombre del refugio en nombre del gueto