Las
brisas de la conciencia, secuestran el sueño
Irrumpen
sigilosas e hilarantes
Y se
desbordan, cual sangre mal oliente de pescuezo en matadero;
Y
discurren con sus brazos celestes
Entre
todos mis rostros, ecce homo.
El
redentor se cuela y se planta ante mi piara
Arrimando
las sobras entre las pezuñas
Y
escarbando mis cerdas, llega hasta los confines del delirio,
Para
embadurnarme de culpas y flemas;
De
destinos ajenos, que se derruyen en pogos silenciosos
Do el
rumor de la basura emerge a cada paso.
Y
revolotean en el aire como en una danza:
Los
epitafios y las mentiras,
Las
máscaras carcomidas de un teatrucho sin sombrero mendigo;
Y su
culo seco, su culo rechoncho, su culo muerto
Que
acogen mi verga esbirra hasta despedir aromas taigetos,
Y el
espasmo jugoso, batido en sueños
Que
hace un coctel del descenso, cual cicuta sin efecto.
Oh,
redonda pleitesía del desconcierto
Vigila
mi mayúsculo sufrimiento
Y
desgarra mi sueño de mayor conciencia.
Llévame
a mi vulva más primaria
Y
arrópame en sus trenzas.
Enjuágame
del vilo de la culpa garrapata
Y
descose mi abdomen hasta extirparle las más fétidas vísceras
Para
embutírmelas de nuevo,
A
conciencia de asco y trago de cemento.
Alisa
el metro (si llega) de la lápida fresca
Para
borrar partida y nacimiento,
E
imprime en magro y mórbido epitafio:
“He
aquí la piara, muerto el puerco”.
1 comment:
"Muera el perro"
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