Tuesday, December 11, 2018

Diáspora




“Good stories are bad lives” o “las buenas historias son malas vidas” reza la irónica introducción del tema “Sober to death” del buen Will Toledo y su proyecto musical “Car seat Headrest”; y pareciera ser este el paraguas bajo el cual Dante Morales explaya a sus personajes en una diáspora azarosa, ebria y tambaleante que se va entretejiendo minuciosa y coloquialmente en su Lima, en su San Marcos, en sus enjutas oficinas de triquiñuelas legales y en su exagerado mundo de referencias culturales que homenajean al cine, al rock, al manual del pendejo, la literatura, la izquierda, el fútbol y cómo no: a su ver sicodélico de trashumante ebrio y consciente; en suma: Dante Morales y todas sus pasiones en estado puro.

Porque Dante es el chato Cisneros (el poeta), Dante es el flaco Mujica (el abogadillo aburguesado con conciencia de clase), Dante es el muelón vela (el fiscal percudido) y Dante es el parásito (aquel anarquistoide oficinero) envueltos todos en su reflexión citadina e inservible del carácter del posmodernismo de la soledad. Y es que cada personaje lleva su derrota al límite, y en algunos casos consecuentemente hasta su desaparición, porque “quizás estamos todos condenados a seguir creyendo que la vida sólo quería vivir”

Y así, la novela va rompiendo su propio corsé de egotismo, para elaborar tangencialmente a personajes como Camilita, quien vive el drama de tantas niñas y niños, deambulando entre universos de juguetes y golosinas -graficando así la única concesión que hace Morales a nivel de personajes; por exponer a alguien que irrumpa el obcecado mundo del autor.

El quiebre de contenido en “Diáspora” viene desde las experiencias a nivel de las luchas de los gremios estudiantiles, y aquí lamentablemente las consignas superan a la literatura, ofreciendo un repertorio de anecdotario, que todo aquel que haya participado en la política universitaria, sabrá reconocer. Transitando por las cuitas de las mafias del Callao, y los entramados del esfuerzo por sacar adelante una publicación periodística de tres números y otros condimentos menores que desembocan en un final abrupto, sangrante y paranoico.

No es esto nuevo, pues pueden olerse aquí los vestigios de las aventuras de los amigos en “Los geniecillos dominicales”, la audacia coloquial de las 30 primeras páginas que escribe Morales como un homenaje a “Los Inocentes” y casi toda la estructura saltimbanqui que pertenece al primer Vargas Llosa. Morales ha disparado un retrato de su particular percepción del Perú y sus submundos, escabulléndose con virtud omnisciente (aunque quisiera pensar en su vena de mirón cinemero). Sabrán ustedes juzgar, si terminan por encontrarse en la diáspora, porque quien habla, no puede sino agradecer este viaje de malas vidas, este ácido chicha tejido con palabras, este primogénito enfermo que seduce, baila y promete…


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