Thursday, March 13, 2014

De oficio... nadie

dedicado a  César A.


El oficio del poeta ha tenido siempre en vilo los tópicos del amor, la muerte y dios. Dentro de ellos, es en este último tópico donde Rimbaud alguna vez dijo: “El infortunio fue mi dios. Yo me he tendido cuan largo era en el barro. Me he secado en la ráfaga del crimen. Y le he jugado malas pasadas a la locura”. El igual de Dios, como lo llamó Enid Starkie, se enfrentó a Dios como muy pocos han sangrado en letras, no aceptando la vida tal y como la hemos de vivir en este mundo, sin concesiones y lleno de orgullo y confianza en su propia fuerza. Y anduvo sólo, recorriendo Europa, haraposo y a pie, comiendo hambres con el viento y el horizonte;  describiendo esos años como su temporada en el infierno. La mayor parte de los reveses que sufrió Rimbaud tuvieron como causa su incapacidad para adaptarse a la vida, y de manera especial su gran orgullo. Tanto en el dominio espiritual como en la realidad cotidiana prefirió perder antes que hacer concesiones o inclinarse ante las circunstancias; era incapaz de verdadera humildad, de aceptar una posición inferior; nunca solicitó piedad, perdón o misericordia. A pesar de verse a sí mismo como pecador, se vio como un pecador condenado y dominado por el fuego de la ira y la venganza.

Ejemplos de estos, muy pocos. Por no decir dos o tres más, debidamente registrados y expresados en obra. Es así, que al leer la resignación de Juan Gonzalo Rose (entrevista con César Hildebrandt), ante la imposibilidad de sencillamente poder ser él, abrazando en contraparte el cristianismo; se demuestra que esta batalla silenciosa de cada mañana, no es sólo usanza de templanza o consecuencia; es rito y triunfo diario, es la punzante necesidad de ahorcar el sueño sin empuñar el caño y revestirse de humano una y otra vez… para al final, siempre ¿perder?

Joyce dijo alguna vez que la irresponsabilidad es parte del placer del arte, que es la parte que las escuelas no saben reconocer. ¿Y dónde se reconoce el oficio del poeta que sangra en el olvido? Pues en su consecuencia. Y allí es donde no cabe el juzgamiento de ningún bípedo, ni de los muertos, ni de las prístinas vitrolas de la conciencia crítica. Es por ello, que ante las conversiones de los hombres distraídos por el sol, que ante el derrumbe de bruces del que persigue un hado equívoco, nadie podrá discutir por qué ni señalar siquiera, el devenir de una sencilla opción: la de seguir.

Porque a fin de cuentas, amado personaje, cambiaste un opio por otro, dejaste los efímeros cielos de la autopista a la contra, por otras palabras. Yo sé, que allí donde se han escondido los oros cárdenos de tu silencio en cadenas, aún va el vate, el distraído amante de nadas que recorre la ciudad buscando algún lugar dentro.


Friday, March 07, 2014

puras costumbres

Ten cuidado que te acostumbres…
A bajar en la misma estación,
Y al cubierto plateado junto a la servilleta,
O al armario organizado que establece cuándo es lunes y cuándo es viernes.

Ten cuidado de tu muela sin caries…
Y de la división higiénica del papel que nadie quiere.
Porque puedes llegar a oler bien donde hiede,
Y asimilar que tras ventana hay posibilidad de parnaso,
Y no de averno…

Ten sumo cuidado de los rectángulos,
En especial de los que caben en bolsillos.
Asusta el anhelo, pero mucho más el brillo
Del reflejo almibarado y la necesidad de sonrisa.

¡Huye de la tecla de entrada!
Voy a decirlo en tu idioma:         escapa, escapa…
Porque donde hay discreto encanto
Asusta el silencio y se convierte en verbo el asco.