Sunday, July 17, 2011

Los ojos de Cirilo





Con el único ánimo de expresar lo observado estos 21 años, he plasmado, torpemente aún, una mirada cautiva y silenciosa, una mirada roída e incapacitada de verterse en los labios para demandar otros tratos, para quien de alguna manera u otra me inspira estas insuficientes páginas. Don Amaranto, será, en la retina del olvido, el hombre de los adjetivos que ustedes encontrarán por aquí; el hombre que cometió mil errores, el hombre que nunca tuvo algo de bien en el quehacer de su luz encendida. Don Amaranto aún está… olvidado en el rincón de cada casa, observando sin cesar el no cesar de nuestros pasos, estorbando seguro nuestras agitadas y desubicadas vidas, incomprendiendo estos modernos minutos, callando su eterno luto. Don Amaranto está aún entre estas paredes que habito, y con este cobarde presente, expiro lo que nunca haré en la mesa de los domingos, lo que no diré en los injustos veredictos, lo que nunca Don Amaranto dice, sino vive. A ese monumento de madera roída que duerme y entorpece… a esa radiola de historias y vivencias blanquinegras… a el, este cobarde homenaje.




1

Don Amaranto era de aquellos de cepa vieja. Con el levante y los globos perlados encendidos entre las 4 y las 5 de la mañana retumbando en la silente mañana con su opus matinal: Ay carajo, la vida del pobre!!. Su semblante potente de prominente anuro vientre reflejaba 400 años revolcados entre cauchos y cocadas, los cuales en su ocaso miocardio, hoy tejían al eterno Amaranto: justo, imponente, callejonero y sobre todo, varón. Era de costumbre escuchar a tientas sus medias en el corredor, sus torpes calancas enfundándose al templado pantalón, la flamante manga corta endosándose a los bíceps de teflón y los luminosos charoles calzando el empeine de un guardavalla en jubilación, ese era Don Amaranto.

Era cotidiano su levante: desayuno de 3 trigos con margarina y porcelana ajada, cobertora del café, siempre pasado; que deglutía en armoniosa conversación; de los cubiertos y las frías puntas de la mesa acorazadas de la eterna desazón. Por aquellos días Don Amaranto era ávido observador de las mañanas lentas, los pasos rápidos de “las pitucas” y los descomunales giros de 6 cifras que Inocencio sólo por el auricular cual maná producía.

-Pero Carvajal!!... te digo que el flete hasta Caraz es demasiado caro y además las obras en las minas se han detenido por los serranos conchudos esos…

Inocencio se aferraba del mango indefenso escuchando el susurro de su cabeza de bañera.

- Voy a tener que viajar allá con el alemán; y ahora se presenta esta cojudez. Te juro que si por mí fuera los relleno con bala a todos esos cholos de mierda…

Don Amaranto solía retorcer el páncreas al escuchar ese tipo de desdén hacia los trabajadores de la mina, y más aún proviniendo del único suspiro masculino de su ahora fúnebre inspector, rígido antes y de poderosa testa.

Era común que en redor de las 11, los cuchicheos se incrementen en los vértices de los pasillos, por las baldosas pálidas del baño, los rechinantes muebles de un Luis XV bien imitado, y hasta en las plateadas estampas de las cacerolas y el fogón. Eran “las pitucas”, que luego del perfumoso afeite en su edredón estar, tras las 6 horas de sesgadas noticias, recién amanecían. Don Amaranto era buen conocedor de estas rutinas, y creador de la suya también, para el confronte evitar. Era en ese momento que desistía de su lar, agarraba los recuerdos y se echaba su vuelta, perfumado del sobrio Premier: el onceavo del día.

Las pitucas eran sigilosas, escuchaban los pensamientos y conversaban con los ojos; en el fondo eran políticas… se manejaban con juicio y siempre tras la congresal sesión de la media noche: el cuchicheo parlamentario tras las sábanas. Ortencia era la mayor, matrona y de cuchillo perfil, maciza, su caminata era sobre los hombros de una pleitesía mental, resentida hasta la ingle, fabricante de litigios, de etiqueta actitud y prodigiosas falanges en el arte del pincel y el buen sabor. Acostumbrada desde hace incontables solsticios a su afasia voluntaria hacia don Amaranto, su padre.


2

Estaba todo preparado, el parqué reluciente hasta que se reflejaran las almas, las cadenetas simulando una telaraña de arco iris, los globos cual racimos de felices margaritas, las servilletas exactamente dobladas por el vértice, el prístino mantel que se dejaba como hamaca soportar los suculentos variopintos manjares, 2 filas marineras erguidas que simulaban un túnel de acero efímero y mortal, Susanita pequeña y encharolada soñando con ese túnel en 3 años ella atravesar, los Belkings tocando mejor que nunca, Mama Lola con sus 8 brazos al perol, Inocencio aspirando todo lo que sea masticable, y los demás invitados pulgosos encamotados con sus alquilados sastres negros y sus medias blancas, qué importaba!!; era todo a la altura de la presentación social de una nueva mujer: la señorita Ortencia.

Inocencio rechoncho, Susanita jugando a atar sus tobillos para realizar más audaces pasitos, Mama Lola trincándose el intestino en pos de que entre el turquesa enterizo de lino, y los pulgosos rellenando los bolsillos de los sacos de bocaditos para a la casa luego llevar. Todo estaba listo, pero faltaba la nueva mujer, la del perfil cuchillo… ella faltaba.

-No quiero, que se gaste su plata ese maldito
-Pero hija, tienes que ser considerada con tus amigos y tus tíos; además tu papá hasta ha invitado a sus compañeros del trabajo, cómo no vas a salir?
-A mí que me importa que esos serranos hayan venido, nunca voy a concederle algo a ese negro maldito. Nunca!!

Mama Lola salió en búsqueda de Don Amaranto, él estaba contento regalando dinero a cuanto sobrino le naciera. Más al devorar Mama Lola su oído de no se sabe qué remilgos, los ojos de Don Amaranto se pusieron cual gallinazos ante su presa, su frente ya avanzada regurgitaba 3 arterias, y una mosca habría de estar cerca de su más antigua muela, que se escuchaba el tronar de una navaja tajando madera.

Como un huayco derribando una covacha de esteras, la patada de Don Amaranto derribó sin esfuerzo la tranca de la lavandería donde yacía en un rincón Ortencia. Desde donde ella veía, sólo brillaban las pupilas ampas de su padre, y su silueta se dibujaba entre los tendederos de ropa. Esto le daba miedo, la escarapelaba, la inmutaba, la hacía recordar… el producto de sus rencores.

-tu siempre con tus niñerías de mierda, por qué no quieres salir ah????. No sabes cuanta plata me he gastado, cuantas noches rasgándome el lomo para que ahorita me digas que no quieres salir…

Ortencia yacía inmutable y temblaba ante los latigazos que parecían las manos de su padre al tronar contra sus muslos.

-ahora te quedas callada no mierda!!. Tú eres la peor de mis hijas, la primera maldita que me ató a esta quinta de porquería…

Y su brazo simulando una grúa, levantó como un guiñapo el cuerpecito de la niña, ahogó su rostro en el lavadero de arcilla, y enjuagó las lágrimas de la impotente Ortencia, que ya nada decía, que su mirada en cualquier dirección recta parecía ida. Ortencia no era más una niña.




3

Don Amaranto solía recuperar los pasos en su lar alrededor del mediodía. Había respirado y transpirado bastante afuera, hartándose de los titulares, hablando con uno que otro vecino que decía ser su amigo… en fin, cualquiera de estas pérdidas de tiempo era mejor que guanear en casa.

Ya al cruzar la puerta, había cierto aroma de movimiento en casa, Barbarita estaba ya barriendo el techo, puliendo la parte trasera de los cuadros, vomitando lisuras a sus demonios inventados. Don Amaranto prefería hacer como si no existiese.

-quítate!!, anciano
-pero yo que te hago?
-interrumpes pues, y me rayas el piso arrastrándote, como ahora ya ni puedes alzar bien las patas.
-ojalá nunca llegues a vieja hija, ojalá.

Don Amaranto cruzaba la sala de estar y era su costumbre pernoctar ante la nada diaria que tenía que hacer.

-Carvajal, te lo estoy dejando a doscientos mil. Yo más no puedo rebajarte porque tengo que quedarme con 40 palos. Sino de qué vivo hermano??

La voz de Inocencio era de estéreo, gritaba al teléfono que lucía ínfimo en sus enormes cachetes. Se acomodaba como podía en su silloncito de oficina y simulaba un equilibrio circense de aquellos. Su cuerpo unía su pecho y su cabeza directamente, sus mejillas empataban directamente su pequeña sonrisa que soportaba su nariz de extraño perfil europeo, aquel que soportaba esos embotellados binoculares que tenía por ojos.

Inocencio era hombre de sueños. Miraba las finanzas como mermelada y rezaba a la inversión privada para que de una buena vez empuje al vacío a ese monstruo que el condenaba llamado Estado. Respetuoso de las pirámides sociales, curioso de las artes bélicas y amante del tono burgués con el que se expresaban las natas limeñas y extranjeras. Autoproclamado de su sociedad anónima como el gerente general, solía comer pallares como pan, que se expresaban luego en las melodías más graves de su cavidad austral. Triturador de cualquier cascajo o butifarra rellena, semejaban sus ojos un lechuzo en vigía de cuartel. Su cuerpo una oda a los kiones importados, ese era Inocencio.

-mira Carvajal, yo tengo en estos momentos que arreglar un asunto importantísimo, y no se cómo tu me consigues que la huelga esa se termine. O le bajas billete al tal Pedro Clemente ese, o los botamos a todos y contratamos otros. Total, hay un montón de cholos que se mueren por un par de soles.

Inocencio colgó enérgico, y se fue al baño.



4

Aquella noche los sahumerios estaban más encendidos que nunca, los fieles apretujados simulaban una marea lila que cubría el concreto ocre de las calles de la capital. Inocencio iba trepado del fuerte cuello de Don Amaranto, Mama Lola iba en sumiso rezo. Inocencio era un koala con la vista de un farol. Desde su fuerte palmera podía percibir el menestrón mestizo de aquella masa, el esplendor titánico del anda levantada del Señor de los Milagros, pero lo más importante… que estaba fuera del hormigueo de fieles chancados…

Las rondas ambulantes de suculentas fritangas, corazones achicharrados e incrustados, torrecitas amarillas con pecas de colores y sudor de chancaca, cristales que al dulce roce coreaban cual xilófono prosaico, panecillos, habitas, tooooodo lo criollo en pequeño y a la mano.

Ese koalita llamado Inocencio no podía sujetar sus ojos ni secar sus encías ante tal bufete metropolitano. Ya no era hora de rezar, ni de impactarse con la energía que proyectaba aquel lienzo empanizado; no, ya no cabía tanto dolor ni sufrimiento para el hosco y débil musculito de sudor empapado.

-papá, papá… me puedes comprar un kilito de turrón?
-qué cosa… un kilo???. Oye Lola, tu hijo se quiere empujar un kilo de Turrón solito.
-dale pues, es chiquito y debe estar con hambre.
-que chiquito carajo, ya tiene 9 años y pesa como saco de piedras.
-papá, es que tengo hambre, hace 1 hora que no le meto nada al estómago.
-ya carajo, no reclames como chiquita. En un rato vamos a comer….

La maquinita de basura deglutió todo lo que sus lechuzos podían percibir a la distancia. Infló sus cachetes como globos, se atoró de 9 anticuchos, medio turrón, 1 platito de cau cau, 2 concordias de piña, maní, habitas, y un molientito sin chicoria, pa que no caiga pesao. Inocencio era feliz… su papa lo hacía feliz.

Debía ser una mañana de domingo tranquila. Parecía que Don Amaranto y Mama Lola habían hecho de la madrugada una noche bárbara. Más un quejido que simulaba a un can atropellado asomó las bisagras del hasta ese momento tembloroso catre.

-auuuuuuuuuu, auuuuuuu, mamaaaa, mamaaaaaaa!!!
-mamá, me duele la barriga, me quema la panza.
-auuuu, auu.

-qué pasa ahora hijo, de todo te quejas tu.

-no mamá, de verdad me duele
-ayer de tanta mezcolanza pues, eso seguro te ha hecho daño.
-es que tenía hambre mamá.
-a ver, voy a hacerte una tasita de manzanilla caliente para que te calme la barriga pues.

Mama Lola era de magia entre las manos, y en cuestión de minutos hirviendo la condenada yerbita llegaba a las manos del hijo.

Eran crueles las horas y más cruel el dolor de Inocencio, quien comenzaba a llorar más y más, hasta hacer insoportable el ambiente y hacer creer que pesaban los tímpanos de oír solamente. Don Amaranto casi como siempre jugueteando, se aproximó al cuerpo en lamento de Inocencio y aplicó dos golpes al estómago del niño hecho lamento.

-Uaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Inocencio estalló en llanto, como si a una piscina de sulfuro se enfilara en puntal clavado.

-Carajo!!!, que le has hecho a mi hijo- saltó Mama Lola.

Don Amaranto que no comprendía la situación, desvarió los ojos tres veces y no hizo más que empuñar al koalita en sus brazos y enrumbarse al hospital más cercano. Horas después se supo que había estallado una peritonitis en Inocencio, y que debía llorar 6 meses en la cama 32-C del frío peaje al cementerio.




5

Cuando ya daban cerca de la una, Don Amaranto se inquietaba. Cuando era niño su madre lo acostumbró a almorzar al mediodía, más hoy, tantos años después, debía esperar la hora de las pitucas.

-papá ya está su sopa- decía sumisamente Susanita.

Don Amaranto era de los únicos en aquella casa que almorzaba soportando los 500 grados en la traquea, sea invierno o verano, y esto a las pitucas mortificaba. Don Amaranto solía sentarse a la cabeza del rectángulo soporte, a su izquierda Susanita quien mejor podía disimular las molestias de la tan sola presencia del padre, y porque respondía mejor las inquietantes frases de Don Amaranto. Frente a Susanita, la periódica Barbarita, que más parecía ocupar dicha región por si algún improperio habría que lanzar al oído derecho de Don Amaranto. Lejos ya de la vieja cabecera, se ubicaba Ortencia, enterrada en sus cubiertos y con espasmos faciales que dibujaban su sonrisa como un amargo ceño. En la otra cabecera, teléfono en mano y con los codos aplastando los confines de la mesa, estaba Inocencio; silente, impenetrable mientras de ejercitar las mandíbulas se tratara.

Era el eco, o una brizna de polvo, o el crujir del tenedor el diálogo en la mesa. Tal vez un charrasquido de molares o una fritura triturada, un refresco en caída libre por las traqueas. Tal vez un: pásame la servilleta, un entre dientes de la Ortencia que dibujaba un: viejo de mierda, un crujido de la madera de las sillas viejas, en fin, una feliz y austera mesa de miércoles entre la una y la una y media.

-Ay hija, este ministro de Economía es un hijo de su madre. Sabes que a dicho ahora?... ha sacado una ley donde a los más viejitos se les descuenta un monto por un impuesto que va para la seguridad del estado. Sabes qué significa eso… que a nosotros, el pueblo, nos quitan para que los mediocres estos se trasladen en esos carrazos… todo gratis!!!
-Ay papá, no se de qué tanto se queja, igual es mejor que le quiten a los más viejos que ya están por estirar la pata, que a quienes de verdad necesitan.
-cómo vas a decir eso Susana!!!, o sea que tu estás de acuerdo con eso…
-pero claro pues, si ustedes los viejos ya no hacen nada ya, mejor que den esa plata para otras cosas…
-tu pareces que fueras de otra clase hija, tu no sabes que…

-pudimos haber sido pues- susurró Ortencia

Los músculos de las orejas de Don Amaranto se pronunciaron como los de un lobo confundido.

-ay ya viejo, toma tu sopa nomás- entrecortó como queriendo allanar lo dicho, Barbarita.
-lo que pasa es que acá todos están en mi contra, yo nunca tengo la razón, ustedes creen que yo no tengo sentimientos, que no valgo nada, mejor no hablo pues!!!...
-pero papá usted confunde todo, siempre quiere tener la razón- dijo Susanita
-acaso se te olvida que yo soy tu padre carajo!!!!!!!!!

Y la mesa retumbó como de los odios de Thor ante las tierras del ártico; ante el palmazo severo de Don Amaranto

-todo lo ve así usted papá, con usted no se puede conversar…

Don Amaranto sólo refunfuño algo inaudible en su más ajada labia, y se retiró, con un aura que espantaba cualquier gemido, con un aire tibio que despedía un estupor mordido.

-viejo loco, cree que golpeando la mesa se va a imponer- Susurró Susanita, encogiendo la mirada y palpando la madera rajada.

La puerta de la casa sólo se dejó tronar…………………..!!!!!!!!




6

Susanita cursaba el 4to de primaria e iba al colegio por las tardes, era muy menudita por entonces y sus trenzas jugaban con el viento y hasta le servían como tocado para cubrir la vergüenza. Por esas tardes, los sesos de Susanita sufrían catástofres naturales, y las multiplicaciones, las fracciones y esos numeritos superpuestos le reducían las ganas de alimentar sus neuronas de algo de aritmética. Detrás de Susanita se sentaba la Rodríguez, matrona del 4to “E” de primaria, orgullosa por portar la copa más voluminosa del colegio entre el cuello y el diafragma, orgullosa de pertenecer a la elite que masturbaba a la bandera nacional en esos veintiochos de medio año.

Susanita, siempre sumisa, una peca entre blanquiñositas, solía ser hendida hasta en su caminada. Sus pasos dejaban interrogantes, sus intervenciones miedos al alma, su sonrisita un: “negra desubicada” en la mente de La Rodríguez y su cuadrilla de copas levantadas.

Una tarde de martes, luego de un batido de álgebra con operaciones combinadas, Susanita debía su merienda tomar, unas gotas de agua de loco y su cerebro –le habían dicho- se nutriría de inexplicable sabiduría y profundidad. Eran las épocas en que Don Amaranto inflaba hasta las secretas de los pantalones con las caras gordas de Túpac Amaru y de Grau. Pues, esto se reflejaba en las loncheras diarias de Susanita: pan de molde con lomos del tamaño de una jeta, manzanas importadas, chocolate sublime y su termito de agua con manzana, para no olvidar.

-ese carbón, mira todo lo que trae, quiere ser como nosotros. Seguro se lo roba de la casa donde es criada su madre- entonaba con desprecio la Rodríguez.

Susanita entumía los hombros y se hundía en la tristeza. Parecía tener un designio supremo para estar delegada a los rincones de las aulas, a los desplazamientos públicos, a ser la semilla entre las grageas. Algunos minutos después, parece que la agüita de loco traía consigo riachuelitos colaterales, y las piernas de Susanita comenzaban a jugar michi entre el pupitre y el suelo, el ombligo le tiritaba, las pestañas parecía que le sudaban, las cejas le simulaban los jadeos de un gusano en una hirviente sartén de crisol. Poco después… el perímetro hexagonal de Susanita percibía ciertas cosquillas por sus cavidades nasales. Algo como a sulfuro, algo como a una manzanilla pasada los redores llenaba.

Susanita volteó los ojos hechos mares. Sabía que las clases de la Lecaros no se interrumpían ni con el suspiro del monte de Jauja. Su magdalena expresión imploraba silencio y compasión por esta húmeda situación. Las compañeras comprendieron, más una blanca piel se irguió, simulando a un Atahualpa señalando la altura de su precio en oro. Este mástil ampo llamaba la extrañeza de la profesora Lecaros.

-qué se le ofrece señorita Rodríguez?
-profesora, parece que mi compañera Susanita tiene un…….. húmedo problema

Percatose entonces, también, la profesora Lecaros, de cierta presencia aromática en el ambiente. Cierta similitud de sabueso dibujo su perfil hendido y acercose al perímetro hexagonal. Con esa grave entonación que provenía del barril en sastre hecho profesora, se escucho la más alta pronunciación de pedagogía que haya existido:

-Alguien se ha meado.

Aquella noche Don Amaranto disfrutaba ante el rectángulo idiota, esas fantasías donde los indios son las flechas y los vaqueros la justicia hecha Minerva. Susanita acercose, tibia, con las manos pegaditas a su vestidito de flores; e inoportunamente irrumpió el trueno de las Winchester.

-papá, quiero dejar el colegio- dijo

Don Amaranto se limitó a voltear 10 grados el perfil de su rabia, y con un ánimo de una teoría una vez más confirmar, se dejo oír. –Ya sabía yo que ustedes estaban hechas para las ollas nomás.

Susanita, no pudo aprender a multiplicar.




7

Al Amaranto depositar su raído músculo hecho cuerpo, en esos 4 vértices gastados hecho un cuarto, el aura de sus ya pesados años corroía el ambiente; los zócalos se disforzaban, las paredes forma de angustia tomaban y la mina de los recuerdos el techo asaltaba. Cuando Don Amaranto entumía las rodillas en la vida, cercenaba la lengua y observaba tan sólo el tránsito familiar; cruzar el pequeño ángulo desde donde se dejaba ver su indómita existencia, era tarea de arrastrarse cuerpo a tierra en un conflicto de frontera; más, quien conocía de las artes del parlar como Barbarita, sorteaba la gaseosa presencia de rechazo en el espectro de Amaranto y su descanso lograba irrumpir.

-qué pasa papá?- expresó Barbarita posándose a los pies del estirado símil de esfinge hecho hombre.
-nada hija

Las nadas de Don Amaranto eran una bocanada de regurgitar lamentos que Barbarita conocía bien y era cauta en esperar.

-Aveces sólo pienso en mandarme mudar hija, acá tus hermanas y el otro huevón del Inocencio no tienen consideración con uno. Ya ni siquiera puedo comentar algo en la mesa que todo les parece mal.
-pero papá, usted no tiene porque exaltarse cuando otros no concuerdan con su manera de ver las cosas, tú problema es que siempre quieres tener la razón, y…
-pero hija, no se trata de que yo quiera tener la razón; sino que Susana está equivocada y el huevón ese de tu hermano más parece que tirara para los de arriba. El no sabe qué significa cargar 30 listones de madera al hombro y llevarlos hasta el tercer piso, el no sabe lo que es desvelarse por los hijos. Se levanta a las 9 de la mañana y todo el día se queda aplastado en el teléfono, así se cree gerente de su no se que…
-Ay papá… pero tu todo lo llevas a ese aspecto, más es lo que defogas lo que sientes contra ellos que otra cosa.
-pero es que acaso no me merezco yo un mínimo de respeto??, yo soy su padre. Yo les he dado un techo, los he vestido, les he dado de comer, les he dado un colegio!!!. Carajo, si les hubiera tocado otro padre tal vez estarían lamiendo el suelo…
-pero por qué siempre nos sacas eso en cara ah??
-porque es así pues hija
-no todo es lo material papá. Cuando éramos chiquitos yo no recuerdo que nos hayas abrazado, que nos lleves al colegio, que nos preguntes por algún problema… todo era plata y cosas.
-o sea que no soy buen padre!!!!
-nadie quiere decir eso papá, lo que pasa es que…

La humanidad de Don Amaranto hechose al levante y sin reparo en dejarse estrellar las palabras de su enfrente hablante, sólo atino a su lecho dejar.

-malagradecidos carajo, parece que no supieran quien es su padre…



8

Era de esos veinticuatros de fin de año que cruzaban la nostalgia, donde los cariños eran secuaces del ambiente almíbar y los quiero de los petizos se agudizaban ante la costumbre alienígena. La quinta desbordaba en luz, pólvora y muñecos blancos de algodón. Los sombreros de un duende gordo y las alas de las aves al fogón cocidas despedían el menjunje de pimienta con grasa expirada.

Tras todas las puertas alegres, había un taciturno foco ámbar que cobijaba un marco no tan acorde con el aura del cumpleaños del antojadizo niño. Mama Lola cocinaba con el polvo y las sombras, y en su bien actuada forma de despreocupada madre apiadaba los lechuzos taciturnos de Inocencio, la chispita absorbida de Susanita, la pupila rencor que Ortencia en su silencio fruncía, y las húmedas gotitas que la pancita vacía de Barbarita producían. Era un cuadro de antaño, un daguerrotipo instantáneo que remontaba a Mama Lola a sus día a día en su Trujillo natal, aquellos ocres momentos que parecían haberse esfumado ya. Mama Lola tenía la pena desde el gastado pliegue de su zapatito.

Irrumpió entonces un arlequín ademán de un vigoroso y enhiesto firme negro. Don Amaranto portaba en su hombro una pequeña talega y con un: Chola!! desvió la atención de las pestañas dudosas de Mama Lola. Como un levantador olímpico hizo volar por los aires a sus 4 niños, y como si fuera un ensayado acto circense de fortaleza sostenía a todos los hijos en un brazo, y en el otro suspendía a Mama Lola prometiéndole el: nunca duden de mí, que regurgitaba sal de los ojos de la familia entrelazada.

Aquella taleguita desnudose en la amplia y liviana mesa, y mostró mas que un dulce bizcocho sudoso y reluciente del platinado verde celofán que lo envolvía. En ese pan hecho 6 miserias se compartió de igual manera un segundo de fuerte madera. Aquella noche un solo catre soportó las antiguas mareas y dibujose como una sola piedra, una sólida piedra.




9

La noche pesaba, se oía el murmullo de los pitucos e inocentes programas que se observaban en otros ecos del frío lar; y en la sólida penumbra, resplandecían los ojos de don Amaranto. Tibios y afligidos, cárdenos y pirotécnicos, tristes y resignados, mucho más tristes. Aquel instante, volteose el cuerpo ajado en el mismo viejo catre donde hace 56 años la navidad pintole la cara a la tristeza, el mismo viejo catre donde yacía Don Amaranto en solemne espergesia, el mismo donde vuelve una y otra vez a ver la misma mañana terca, el mismo donde repite una y otra vez: bueno pues, es hora de levantarse…

3 comments:

Jonathan Estrada said...

Texto escrito en la mocedad, bajo la enorme influencia de Julito y Varguitas. Con diálogos toscos, prosa pomposa y extrema inocencia; no vería esto la luz si no fuera por el tenso presente de a quien va dirigido este minúsculo gesto.

Nicolás Bramón said...

Los primeros pasos normalmente recelosos. Las viñetas en sepia texto. El olor de los patios en el mediodia de todos los días. Las voces, las cuerdas, los recutecus, y el hombre al final y al inicio y en medio. El hombre. Salud.
PD.- música de fondo?

MIGUEL ANGEL VERA DE LA HAZA said...

brindemos con el viejo, dos o tres guindas? ya no importa, solo brindemos.