Wednesday, April 14, 2010

Bis





Se había dado cuenta de la misma imagen. Una y otra vez observada desde un lado y desde el otro con la fuerza represora que siente un televidente a la misma hora en el mismo canal. Sabía que sería igual por años y su cuerpo ya lo asumía. Tenía ya las nalgas adscritas a los varios asientos en los que se depositaba día a día y su vientre se henchía en todas direcciones. Poco a poco era más torvo, y sus ojos carecían ya del ámbar de hace años. Sentía que habían sido décadas desde que inició, pero tan sólo habían sido 9 meses. Cada instante en blanco y negro, cada centímetro recorrido era un profundo vacío. ¿Hasta cuando esta vacuidad?, ¿hasta cuándo el bis hacia el infinito de esta modorra hecha vida y artificio biológico del día a día?

Ya nada valía, esa mañana volvió a defecar en cantidades suntuosas y pestilencias penetrantes. Su hediondez se calmaba un tanto en cuanto se bañaba y sumergía la cabeza bajo el agua. Tenía que embutir la crema dentrífica para espantar el sumo ácido que recorría las cavidades de su boca cada mañana. Se erguía en lo que podía y jugueteaba con las medias al revestir sus pies callosos y agrietados. Ceñía la correa al mismo pantalón y luchaba con la hebilla para poder ser presentable con la camisa del mismo color que tenía en repetido alineamiento en el ropero. Suspiraba observando el reloj. Sabía que la cuenta comenzaba más lenta y pesada y cabía un segundo dentro de otro segundo, haciendo el tiempo doble y lodoso.

Su mente entendía el desperfecto, cometía el razonamiento de concluir que todo estaba mal e insistía en el error. Mentalmente acorde y físicamente desdoblado. Sus extremidades no obedecían sus deseos y hasta lo movían en las mismas direcciones una y otra vez. Sus palabras salían iguales y de plantillas preestablecidas, sus manos se estrechaban sin querer hacerlo. El hombre trataba de escapar cubriendo sus oídos con melodías que recordaba de un tiempo en que apreciaba la música. Cogía papeles con lecturas ahora ilegibles. No había posibilidad de deguste ante nada. Era necesario detenerse a pesar del cíclico movimiento.

Estaba en la hora exacta a las puertas del mismo lugar, fugazmente pensó en su madre, en su esposa y en algún amor que ahora no recordaba. Los compromisos, los detalles que los demás ignoran, las deudas, la constante saliva espesa. Veía el pórtico inerte y sentía su inercia. Sus piernas seguían desobedeciendo lo poco que tenía de espíritu. El hombre sobrevivía tan sólo para seguir muriendo. La oscuridad repletaba la punta de su zapato, ingresaba su manga izquierda, su hombro derecho, se perdía en el olvido otro día… pronto se desvanecía en la puerta enorme, difusa, concreta.


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