Thursday, November 14, 2013

Huacas

Rafo Ráez se asienta solitario ante el eco de unos cuantos asistentes distraídos. Se resume en una sonrisa soslayada y toca como si fuera la última vez; entregado, divorciado de la angustia de sus creaciones antiguas (léase “vergüenza de existir” o “vive intensamente”) y afirma con razón y propiedad, que es un mejor guitarrista, desnudando la belleza de su Gretsch y acoplando sobre una afinación de sexta baja, los acordes de “ritual de los hijos”, aquella mención sucedánea entre una composición renacentista, y un romanticismo ayacuchano que se deshoja a medida que se desarrolla como un lento desnudo los más de 8 minutos de hipnotismo y ritual. Porque “Huacas”, el nuevo disco de Ráez es, más que un cúmulo de canciones, la historia de un ritual, que otorga ofrendas a la vida, a la tierra, y al derecho de saberse ahora… agradecido.

Siento - y esto es pura presunción- que Rafo se encontró con este disco en medio de otro disco (allí donde espero recaigan "María Ramos" y otras inéditas) y cabe ser razonable ese bifurque, si en medio de un proceso te hallas ante este mágico proyecto llamado "Huacas, Burbujas y Rock and Roll". Quienes hayan presenciado la puesta en escena de esta belleza, sabrán a qué me refiero, con el dejarse llevar por este retorno a la infancia y canto a la vida que ha sido esta temporada. Observar las acrobacias de Dirck Pajares (¡enorme descubrimiento!) con su carisma encendida a flor de piel, te turba hasta la médula de añoranza. Presenciar su capacidad para hacerse uno sólo con las ramas, y al sentido de lo que exprese el viento, demostrar que no se está tan lejos de afirmarse en la tierra, es una auténtica delicia. Pero si hay algo que resaltar por sobre todo este combo de música y escena, es el ritual de las burbujas. Jamás, había presenciado, el poder que un cúmulo acuoso echado al viento por azar, puede generar en las personas. Observar burbujas de todos los tamaños y formas, desde las pequeñas hasta las gigantescas, es una experiencia que nadie debería negarse. Intuyo que Rafo ve en sus hijos esta azarosa danza multicolor que se despide entre los dedos de niños impacientes o entre el cielo mandarina que fallecía (los espectáculos estuvieron pensados para ver morir la tarde) como anunciando el fin de la fantasía.


Es preciso hablar de lo que ha sido este espectáculo para entender el discurrir de esta ofrenda que Rafo nos entrega sin mayor pretensión, y hay que resaltar las virtudes de Carlos de Paz en las percusiones (sobre todo en "Persecución y llegada a Pachacamaq") y Amadeo Gaviria en la producción; para ser justos con tamaño esfuerzo. Pero si hay que hablar de las auténticas canciones en este disco, debemos señalar que el progreso como instrumentista que Rafo no se cansa de repetir e irrogar en sus últimas entrevistas, se luce en los dos cortes más bellos del disco, que son “Ritual de las ramas” y “Pariwanas”. Cada uno; sensual, serrano a su manera, psicodélicos en la simpleza de las guitarras acústicas y las percusiones mínimas. Se siente un círculo cerrado en esa búsqueda incesante de siempre querer encontrar un sonido nuevo (desde “Campo minado de corazones, hasta “King Kong palace”). Por supuesto, hay herencias de Obsequio (el otro ejemplo más minimalista de Ráez) en “Ritual del mar” (una variación de Karma) y una oportunidad desperdiciada de producir mejor un tema rico como Spondyllus; y hasta un guiño para almorzar en restaurant de Gastón Acurio con “Minifalda Andina”. Empero, el disco surca como sin quererlo, en un afán por dibujar nuestra herencia y futuro, en un constante intercambio de ideas de esta aldea que nos hemos vuelto.

No es para menos el orgullo del cantautor con este nuevo hijo, indudablemente por debajo de Camisa, pero bien erigido entre sus ya 9 placas. Un triunfo a la persistencia y consecuencia, lo que más extraño resulta todavía.

1 comment:

Anonymous said...

Las gracias por la lata a contramano, hermano mio. En el muro está. Salud! Hay